miércoles, 12 de diciembre de 2012

TALLER DE AUTOR: BERTA VÍAS MAHOU "LOS POZOS DE LA MEMORIA"

Fue una conferencia interesante de la que se pueden sacar varias cosas útiles y unas cuantas reflexiones sobre lo que se hace a la hora de ponerse a escribir. Lo más destacable, a mi parecer, fue la explicación de su técnica de escritura. Muy a menudo encuentro conque recomiendan hacerse esquemas sobre capítulos, uno por uno, teniendo muy claro qué va a pasar y cuando. Conozco quién lo hace y le va muy bien pero, sinceramente, a mi me resulta imposible. Así que escuchar de autores que no lo hacen así, tienen otras maneras y les va bien, es un alivio. Aprendes otras formas y buscas aquella que se adapte a ti, aunque confieso que la suya me sorprendió. Que se le ocurra un título antes que un libro no, ya que a mi me pasa la mitad de las veces con mis historias, pero empezar un libro por el final lo veo difícil, como empezar una casa por el tejado sin saber cuales van a ser sus bases. Aparte, en el libro del que nos habló no hay ni siquiera un orden cronológico ni entre capítulos.

Un libro escrito así tiene pinta de ser caótico, pero nada más lejos de la verdad. Según iba hablando de él me iba dando cuenta de, que a pesar de no seguir un estilo muy ortodoxo a la hora de escribir, sus componentes no estaban de lejos puestos al azar. Se vale de la inspiración como principal pilar para escribir, pero tiene claro lo que quiere conseguir con ese libro, los temas a tratar, el enfoque que le quiere dar, los símbolos usados... esa es verdaderamente la unidad del libro, lo que lo une y desarrolla, pese a que los capítulos sean fragmentarios.

Toda forma de escritura esconde su trabajo, pero sea cual sea es importante encontrar una que se adapte a ti. Se pueden aprender técnicas y demás pero, por mucho que te esfuerces, si trabajas a disgusto difícilmente vas a disfrutar lo que haces. Disfrutar de la escritura siempre me ha parecido importante para la misma y para que salga bien, es algo tan personal que escribas lo que escribas te involucras en ello, por lo que forzar lo que se escribe, o cómo se escribe, no me parece vaticino de un buen resultado. Sobre todo porque si lo haces de forma que no te gusta, puedes acabar detestándolo y eso sí que no tiene sentido.

Lección aprendida. Hablemos de otro tema que me pareció bastante loable. La autora dejó claro que ella escribía de una manera objetiva, buscando no que el lector se posicionara a su lado, sino que reflexionara y pensara. Un libro ha de tocarte muy dentro, hacer que te plantees aquello que nunca te has planteado, hacerte ver las cosas desde otra perspectiva. En este caso el tema que plantea (ella lo resumió en tres, pero me parece que los tres vienen a ser más o menos lo mismo) es el problema de hacer generalizaciones, hablar por hablar etiquetando en bueno o malo sin saber, en que las cosas no son simplemente blancas o negras, hay una infinidad de grises.

Digo loable porque yo misma pienso que un libro debe ser algo que rompa, que te llegue y se quede ahí, no un simple placer pasajero. Aparte también por el tema que trata y la dificultad del mismo, sobre todo buscando ser objetiva en todo momento, cosa no muy sencilla cuando escribes. Es difícil no involucrarte personalmente con tus historias y personajes.

Me llamó mucho la atención la suerte que tuvo con la editorial cuando publicó la primera vez. Decir “la” y no “las” ya es bastante sorprendente. Mandó su primer libro a una sola editorial que le gustaba y la publicaron. Aunque claro, si te paras a pensarlo, no creo que fuera cuestión de suerte. Quizá una dosis tuviera, pero no el motivo. Siendo historiadora, y gustándole la editorial, conocía bien qué publicaba, y trabajando de traductora, sabría también cómo iba el negocio. Creo que fue una parte de conocimiento, otra de talento y sí, una pizca de suerte. A fin de cuentas, hay buenas historias que no se llegan a publicar.

lunes, 26 de noviembre de 2012

EJERCICIO DE PIE FORZADO: El remordimiento de Circe





 EL REMORDIMIENTO DE CIRCE


Los dioses no escuchan. No ven, no actúan. Podrían hacer muchas cosas no lo hacen. ¿Por qué lo sé? Porque yo no hago nada. No soy diosa, ni mucho menos, aunque ante ciertos individuos que desgraciadamente pisan la tierra es fácil pensar que los hay que están debajo, a pesar de que esto no es cierto. Todos somos iguales.
No soy diosa, pero poseo un gran poder, al igual que los dioses. Si yo no lo utilizo para ayudar a quien lo necesita, siendo humana, no tiene sentido pensar que los dioses lo hagan. 

Soy capaz de ver los hilos del destino. Puedo verlos, el pasado, el presente... y el futuro. Más aún, puedo manipularlo. El pasado está fuertemente entretejido y es inamovible, el presente rápidamente se convierte en pasado, pero el futuro está listo para ser alterado en un tapiz nuevo, si así se me antoja. 

Hay quién soñaría con lo que yo tengo, lo sé... pero no creo que se imaginen cuan aterrador es tener esto en las manos. Cada persona tiene su hilo, los veo con claridad, y con la misma facilidad que lo veo puedo agarrarlo y cambiarlo. Puedo darle un futuro brillante o uno devastador, puedo atarlo al de otra persona, puedo acortarlo o alargarlo drásticamente. 

Yo, una simple humana, puedo cambiar designios escritos por los mismos dioses. ¿Cómo puedo decidir quién es o no es merecedor de reescribir su destino? Tendré el poder, pero eso no me da potestad para usarlo. No soy más que un dios, y entre mis iguales, seria injusto que yo me creyera con la superioridad moral de decidir cómo discurren sus vidas. Ni tampoco qué sucede en ellas y qué deja de suceder. 

Tengo miedo también de lo que podría llegar a pasar si personas de corazón malvado supieran de mi existencia y trataran de aprovecharse de ella, queriendo usar esta capacidad en beneficio propio y en detrimento de otros. Sin escrúpulos, sin remordimientos.
Al final no uso el poder ni para ver lo que el futuro me depara. No, no es justo. Si nadie más puede hacerlo, yo tampoco.
Por los dioses y las diosas que pueda haber, ¿hago mal en no usarlo nunca, ya sea por mi propio bien o el ajeno? A veces deseo tanto hacerlo... 

Hoy, al llegar a casa, no pude evitar echarme a llorar. Recuerdo que mis padres estaban cerca, puede que preocupados. No estoy segura. La culpa que sentía distorsionaba y quemaba todo lo que había a mi alrededor. 

Lo vi mucho antes de que cruzara la carretera. El hilo de ese chico estaba cortado, no le quedaba mucho de vida. Vislumbré por un segundo la carrocería de un coche yendo a por él. Siempre intento mantener alejada la información de los hilos, pero no siempre lo consigo. A veces me llegan cosas, fragmentos, pero lo suficiente para no querer haberlo visto. 

Miré hacia otro lado. Si cambiaba su hilo, mi obligación hubiese sido cambiar la de todo aquel que en el futuro le aconteciese una desgracia. No podía hacerlo... no puedo hacerlo, demasiada gente en el mundo, y es igual de injusto elegir a unos pocos para cambiar su destino dejando al resto a su merced. 

No tardé en escuchar el frenazo. Después un golpe. Atrópos se había cobrado su víctima. Volví la cabeza y vi ante mí un muñeco con brazos y piernas en ángulos extraños empapado en sangre. Alguien gritó. Hubo quién intentó ayudarle. El sonido de las sirenas hizo acto de presencia. Poco después estaba en casa, en el sofá, con las manos en el rostro. No sé cómo llegué ahí, poco me importa.
Sabía que ese chico iba a morir y no hice nada. 

Dejé que muriera.

¿Cómo pude...?

¿De verdad era lo correcto?

Quien se proclama ignorante y no hace nada es tan culpable como el que actúa consciente de sus actos. 

No sé si fue un dios o un demonio quién me dio este poder, pero pienso que si el diablo no existe, y en consecuencia el hombre lo creó, lo hizo a su imagen y semejanza. Incluso si quiere hacer el bien, si quiere hacer lo correcto, si no quiere caer en la tentación... el mal empaña sus actos. Hoy los míos se han llevado una vida.

Nunca seré capaz de olvidarlo.



lunes, 5 de noviembre de 2012

ESCENARIO: La ciudad

 Esta vez nos han propuesto una serie de escenarios para escribir un pequeño texto que se sucediera en el escenario elegido. Yo me he decantado por una fotografía de una ciudad que aparecia entre lo que nos han dado a elegir.


Una ciudad grande, y a la vez solitaria,  ciudad de edificios intimidantes y pequeños tímidos que se agolpan en sus sombras. El cielo está despejado, pero la sensación que tengo al pasear por estas calles es que ya he pasado por aquí. Ya vengo de aquí y aquí he llegado. Apenas diferencia entre estructuras impasibles por nuestro paso por el asfalto. Decenas de almas transcurren por ellas, pero tampoco se paran a mirar. Ni al cielo, ni al edificio, ni siquiera al que camina a su lado. Todos avanzan como autómatas, demasiado centrados en ellos mismos, demasiado hundidos en sus problemas como para poder disfrutar de cualquier pequeño detalle que pueda haber a su alrededor.
Yo los veo, los observo mientras caminan, dando un paso tras otro en pos de su tumba. No se dan cuenta, persiguen a la muerte e ignoran las pequeñas cosas que pueden darles la vida. Aquella mujer que ha entrado en la peluquería, ¿por qué no se relaja con el masaje que le están dando en la cabeza en vez de meter prisa a la peluquera que la está atendiendo? Veo un hombre cruzar la calle sin mirar, atento solo a su teléfono móvil. ¿Tanta prisa tiene en alcanzar el objetivo final de todo humano que ni se fija en el peligroso silbido de los coches pasando a su lado? ¿y quién es el pobre que escucha sus increpaciones al otro lado de la línea?
Podría cuidarse de volver a la acera sano y salvo. Podría preguntar a su interlocutor, de forma amable, cómo le ha ido el día. Preocuparse por él. Tener una charla amable. Demostrarle y demostrarse que sigue siendo humano, que aún puede sentir algo más que enfado y ansiedad.
Y me marcho, una vez más, a otra calle igual a esta, de nuevo al punto de partida. A mi lado escucho los estruendosos armatostes metálicos, me acompaña la mirada silenciosa de aquellos que todo ignoran, rodeada por los ojos vacuos de quién se a convertido en algo que no es y casi no existe. Me voy, pues tal vez en el siguiente cruce encuentre quién me mire a los ojos y vea.

miércoles, 31 de octubre de 2012

PARA LA NOCHE DE SAMHAIN: LEYENDAS DE BÉQUER

Hoy, en la festividad de Samhain y víspera de todos los santos, quiero traeros una de mis leyendas favoritas de Béquer, muy acorde con la festividad. En su momento a mi me dio más de un escalofrío, espero que lo disfrutéis tanto como yo leyéndolo.


EL MONTE DE LAS ÁNIMAS

     La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
     Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
     Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.
     Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.
I
     -Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.
     -¡Tan pronto!
     -A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
     -¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
     -No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.
     Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.
     Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:
     -Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.
     Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.
     Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.
     Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.
     La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.
II
     Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.
     Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz.
     Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
     Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.
     -Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.
     Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.
     -Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?
     -No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.
     El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:
     -Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
     Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra.
     Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas.
     Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:
     -Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.
     -¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:
     -¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?
     -Sí.
     -Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.
     -¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.
     -No sé.... en el monte acaso.
     -¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las Ánimas!
     Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:
     -Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche... esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.
     Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:
     -¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!
     Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:
     -Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto.
     -¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.
     A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último.
     Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.
III
     Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.
     -¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.
     Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.
     Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
     -Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.
     Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.
     Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.
     Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.
     -¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?
     Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.
     El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.
     Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.
     Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!
IV
     Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.



lunes, 29 de octubre de 2012

PERSONAJE: Circe Sanchéz

¡Hola a todos de nuevo! Después de tanto tiempo vuelvo con un ejercicio que me han mandado en clase. Una vez más usaré el blog para tareas, pero pretendo seguir con el ritmo marcado con anterioridad. Me han mandado concretamente crear un personaje y contestar unas preguntas sobre él.



¿Dónde ha nacido? En Madrid.
¿Qué tipo de familia ha tenido? Hija única. La madre trabaja de enfermera y el padre de policía. No tiene mucho contacto con el resto de su familia.
¿Sus padres le querían? Sí.
¿Qué calificaciones sacaba en el colegio? Normales. Podría sacar mejores, pero no desea llamar la atención.
¿Qué libros leía de pequeño? Casi cualquiera que caía en sus manos.
¿Cómo es físicamente? Alta, cabellu oscuro, liso, más o menos corto, complexión media (nunca ha sido muy delgada, pero tampoco se puede decir que haya sido gorda alguna vez), rostro ovalado, nariz fina y labios delgados. Tiene la frente algo alta.
¿Siempre ha sido igual o ha cambiado mucho con los años? Atrás está quedando la redondez de la niñez, pero en general no ha cambiado tanto. Puede dar esa sensación por su forma de vestir, pero no ha cambiado mucho.
¿Cómo son sus ojos? De color marrón, algo rasgados y no muy grandes.
¿Tiene defectos físicos? Tiene 0.5 de miopía en el ojo derecho, pero es demasiado poco para tener que llevar gafas o lentillas.
¿Tiene traumas psicológicos? Le da miedo lo que ella es capaz de ver y el resto no. También aborrece esa capacidad debido a una vida que no consiguió salvar pese a tenerlos.
¿Qué religión practica? Ninguna. Está convencida de que si Dios o alguna otra entidad existiera, ya la habría visto.
¿Está casado?¿si es así con quién? No, no está casada.
¿Tiene represiones sexuales? ¿Cuáles? Ninguna.
¿Sus viajes son largos o cortos? Lo más que ha durado un viaje ha sido diez días, y nunca ha salido de la península.
¿Cómo va vestido? Suele vestir de negro, con vaqueros y camisetas de sus grupos preferidos. Tiene un piercing en el labio y dos en su oreja derecha.
¿Qué color es su preferido? El negro, piensa que va bien con su estado de ánimo habitual, lo cual no quiere decir que sea depresivo.
¿Qué le gusta comer? Cualquier cosa que no tenga que ver con comida rápida.
¿Qué música escucha? Rock, heavy y algo de gótico o cualquier mezcla entre ellas.
¿Baila? ¿Qué? No baila, solo escucha música.
¿Es una persona apasionada? Por norma general no, pero ay cuando se enfada de verdad.
¿Qué busca en la vida? De momento la forma de vivirla esquivando lo que puede ver.
¿A qué persona quiere más? Quiere a todos más o menos igual, no tiene una clara preferencia por nadie.
¿La gente le quiere? La mayoría la ignora, pero los pocos que tiene a su alrededor la aprecian.
¿Huele bien? Sí.
¿Hace ejercicio? ¿De qué tipo? Le gusta dar largos paseos.
¿Es melancólico o risueño? Melancólico.
¿Cuál es su animal preferido? El búho.
¿Duerme bien? No, tiene problemas de sueño.
¿A qué hora se levanta? Entre las siete y las ocho.
¿Cómo se gana la vida? Es estudiante de bachiller.
¿Cómo acabará su vida? Eso aún no se sabe.



Para terminar de perfilar a mi personaje voy a hacer otra serie de preguntas que son las que utilizo habitualmente para hacer a mis personajes. Es un ejercicio que ayuda mucho, hay que meterse en la piel del personaje y contestar en primera persona:




1. El principal rasgo de mi carácter.
Mi silencio y mi reflexión.

2. La cualidad que valoro en un hombre.
La inteligencia. Los hombres tontos son aburridos e insoportables.

3. La cualidad que valoro en una mujer.
Lo mismo, pero con el plus de que no estén obsesionadas con la moda. Nunca he aguantado las conversaciones sobre trapitos.

4. Lo que más aprecio en mis amigos.
Su intensa conversación y su capacidad para no estar atados a lo meramente terrenal. Su imaginación es un tesoro.

5. Mi principal defecto.
Mi mordacidad y mi sarcasmo cuando me tocan las narices, lo cual para mi no es un defecto, pero a la gente no le gusta la borderia en general, sea más o menos sofisticadas.

6. Mi ocupación favorita.
Pasear. Una larga caminata sienta de maravilla, reactiva la mente y el cuerpo.

7. Mi sueño de felicidad.
¿Felicidad completa o parcial? Parcialmente me conformaría con deshacerme de este molesto poder de ver los hilos del destino. Ver el futuro es un horrible quebradero de cabeza, incluso si capto poco. Completamente tengo varias concepciones de lo que sería el mundo ideal, pero dudo que eso pueda llevarse acabo nunca.

8. Cuál sería mi mayor desgracia.
Que no fuera capaz de tener el control que tengo sobre mi poder. Soy capaz de mantenerlo a raya lo suficiente como para que de vez en cuando me lleguen fragmentos de información, pero nada más. Podría ser peor, en cuyo caso tendrían que encerrarme en un sanatorio.

9. Quién me gustaría ser.
Yo. ¿Por qué querría ser otra persona?

10. Lugar en el que desearía vivir.
En un castillo situado en medio de ninguna parte. Sin personas... sin hilos... pero no le haría ascos a un mayordomo.
 
11. Mi color favorito.
El negro, sin ninguna duda.

12. La flor que más me gusta.
Los lirios. 

13. Mi pájaro preferido.
El búho.
 
14. Mis autores preferidos en prosa.
Poe, Goethe, Tolkien, George R.R. Martin.
15. Mis poetas preferidos.
Poe, Bequer y Lorca.

16. Mis héroes de ficción. 
 Tyrion Lannister. 
 17. Mis heroínas de ficción.
Daennerys Targaryen y Morgana le fay.
 
18. Mi grupo preferido.
Warcry, sin duda. 

 19. Mi pintor/ilustrador/dibujante favorito.
No estoy muy puesta en estas cosas... aunque Victoria frances no está mal.

 20. Mis héroes en la vida real.
Ninguno. No creo que haya más héroe que uno mismo, a la hora de la verdad solo tú puedes salvarte.
 
21. Mis heroínas en la vida real.
Lo mismo digo.
 
22. Mis héroes históricos.
Aún no he encontrado a un hombre en la historia a quién admirar. Hay muchos y que han hecho han realizado diversas hazañas, algunas grandiosas y otras terribles, pero no puedo decir que haya uno solo al que pueda admirar sin encontrarle algo reprochable.

 23. Mis heroínas históricas.
Tengo un lugar especial para Boudicca. Una mujer que desafió a todo un imperio después de que este pisoteara a su pueblo y matara a sus hijas de forma horrible. Incluso consiguió darles alguna que otra desagradable sorpresa. Lástima que al final ganara el que tenía el ejército mejor preparado, no el que estaba más cabreado.
 
24. Mis nombres favoritos.
¿Nombres? ¿por qué tendría que tener nombres favoritos? Ni que fuera a tener hijos.

 25. Lo que detesto por encima de todo.
Mmm... detesto muchas cosas... pero sobre todo diría que la tontería que tiene la gente a la hora de vivir. Puedo saber todas tus desgracias e incluso la hora de tu muerte, ¡vive la vida y no la malgastes sufriendo, en cosas que no necesitas o soportando a gilipollas que no tienen más neurona que para hacer daño a otros! Luego no me vengáis llorando.

 26. Personajes históricos que más detesto.
Cualquier dictador, rey o emperador que se creyera con la potestad de gobernar sobre sus iguales, teniéndose por seres superiores de una forma u otra. 

 27. El suceso armado que más admiro.
Para empezar, ¿por qué debería admirar nada que se solucionase con armas? Los conflictos armados demuestran el mayor defecto del ser humano: no es capaz de solucionar sus problemas pacíficamente. La palabra, que don más grande y a la vez más subestimado. Cada guerra, cada rebelión armada, cada pelea... solo demuestra el fallo de la humanidad en lo que debería ser más sagrado para ella. La palabra y el respeto mutuo a veces son tan menospreciados que no sé cómo no nos hemos extinguido ya. 

 28. La reforma que más me gustaría.
Se me ocurren tantas cosas que se podrían “reformar”, y todas tan necesarias que tendría que hacer una lista larguísimas, todas con su correspondiente descripción. Nah, creo que paso, lo único que diré es que al final no habría poderosos de ningún tipo, ni por riqueza ni por política. 

 29. Un don natural que me gustaría poseer.
No, en serio, ¿tenías que preguntarme eso? ¿don? Ya tengo bastante con lo que tengo, gracias, no tentaré a la suerte.
 
30. Cómo me gustaría morir.
...gustarme lo que se dice gustarme, diría que no me gustaría morir de ninguna manera. No queda más remedio, la muerte nos reclama a todos más tarde o más temprano, pero si encontrara una manera de ser inmortal probablemente aceptaría. Eso sí... si es inevitable, tal vez de alguna manera pintoresca que haga al mundo más consciente de su mortalidad, de manera que tuvieran que replantearse la vida tal y como la han concebido siempre.


31. Estado actual de mi ánimo.
Apático. No me siento muy en consonancia con mi alrededor, veo demasiado más de lo que me conviene.
 
32. Faltas que me inspiran más indulgencia.
Que por curiosidad la gente se meta donde no deba. Sin curiosidad no se puede aprender nada, pues preguntándose es como se consiguen respuestas, así que no queda otra que aguantar los molestos efectos colaterales.
 
33. Mi lema.
¡Vive y deja de joder a los demás! De poco te servirán tu avaricia y tu soberbia cuando des con los huesos en tu ataúd. 


Menudo carácter tiene la muchacha. Para que os hagáis una idea físicamente se parece un poco a Nana Osaki, de la serie Nana. Ahora bien, Circe ni fuma ni canta y tiene más mal carácter que ella... 
 

domingo, 29 de julio de 2012

50 SOMBRAS DE GREY: CREÍA QUE HABÍAMOS AVANZADO MÁS


50 SOMBRAS DE GREY: CREÍA QUE HABÍAMOS AVANZADO MÁS

He aquí lo que ha suscitado esta entrada. Recomiendo que lo leáis antes de continuar, son unos minutitos que os harán entender mejor lo aquí escrito--> Las mujeres según Christian Grey

Una de las cosas que más me gusta hacer los domingos es leer el suplemento de El País. Concretamente las columnas escritas por diversos autores, en las cuales hablan sobre temas de su elección y que yo encuentro de lo más interesantes. De hecho, abro el suplemento por el final, empiezo por Javier Marías y acabo con Maruja Torres, dejando para luego el resto de artículos. Bien, pues hoy he seguido el ritual de siempre: leo a Javier Marías, sigo con Almudena Grandes, Juan José Millas y… ¡Oh! Sorpresa. Estupefacción. Horror.

Lo que tanta turbación me provocó no fue que el artículo estuviera mal escrito o que hablara sobre algo que a mí me guste de forma negativa. Ni remotamente. Lo que tanto agitó mi espíritu es que desveló varios puntos de una novela que está arrasando entre el género femenino últimamente: un libro titulado 50 sombras de Grey. Puntos por los cuales uno pensaría que el libro sería rechazado de pleno por este mismo sector.

He escuchado hablar de esta obra y también he visto la publicidad que hay montada en torno a ella. Lo anuncian como una novela erótica, rompedora, que encandilará a todas las mujeres. No he llegado ni a leerme la contraportada del libro, por lo tanto esta es la única información que tenía de él. Me imaginé que el libro iría sobre una mujer fuerte e independiente a la que le gustaría el sexo y experimentar con él. Algo así como una especie de Samantha de Sexo en Nueva York. Decidiría con quién acostarse y cómo, buscaría hombres de buen ver tan atrevidos en la cama como ella, y estos la verían como una mujer que disfruta del sexo tanto como ellos, una igual. ¡Ay, mi pobre mente inocente…! Suerte que no llegué a catarlo porque este tipo de libros no me atrae.

Fiándonos de la palabra  de Santiago Roncagliolo, resulta que “Grey”  es el apellido del que se supone que es el tipo de hombre con el que sueña toda mujer, especialmente en sus sueños más locos. Un hombre que no es que sea rico, es que es billonario, señoras y señores, y una de sus técnicas de seducción se basa en lo que llamaremos “a golpe de tarjeta”. Uno de los estereotipos que menos soporto es ese que dice que las mujeres nos fijamos más en el dinero de un hombre que en el hombre en sí, y que si estamos con alguien y nos encontramos con otro más rico, probablemente nos  iremos con él. Que somos unas interesadas, vamos, y que solo buscamos un hombre que nos mantenga, o al menos que nos compre a buen precio. Considero que no es así, pero me parece que dar el beneplácito a este tipo de situaciones no es muy buena manera de desmentirlo.

¡Pero menuda exageración! Me diréis. No te has leído el libro, no sabes si la mujer se fija en él por otros motivos. Os agradecería mucho que me dijerais cuáles, porque siguiendo este artículo, nuestro amigo Gray es el típico tipo duro, chulo, egoísta, carente de empatía y, a primera vista, de tener sentimientos más allá de satisfacer su propio ego, hasta el punto de hacer firmar a la mujer un contrato en el que se especifica los términos de la relación, incluyendo prácticas sexuales en la cama. Prácticas que, por cierto, incluyen, entre otras cosas, cera de vela ardiendo y látigos. A la mujer esto no le hace muy feliz, pues lo ama y querría otra cosa, pero como lo ama tanto cede a sus deseos.

¿Qué demonios?
A ver si lo he entendido bien: nos pasamos siglos luchando por salir del rol de “mujer sumisa y obediente” que nos ha lastrado durante casi toda la historia de la humanidad, ¿y ahora resulta que lo que más nos excita es que nos traten de esa manera? ¿Que nos sometan mientras nos maltratan, y todo por amor? ¿Alguien me puede explicar cuál es la lógica de todo esto?

También nos llenamos la boca diciendo que queremos un hombre atento, sensible, que sepa escuchar… y a la hora de la verdad al que queremos verdaderamente es al impresentable de turno. Este en concreto no acepta  una relación que no sea amo-sumisa, y sospecho que sabe convencer para que esto sea así, lo que es conocido como manipular. Yo me pregunto ¿en serio? ¿de verdad? ¡No tiene sentido!

Lo más gracioso de todo este asunto es que no solo lo leen las mujeres. Lo leen los hombres para saber qué atrae a las mujeres, como satisfacerlas más. ¿Os imagináis al típico marido que comparte las tareas domesticas, se encarga de los niños junto a su mujer, hablan de igual a igual de todo aquello que pueda afectar a ambos en cualquier ámbito, que lo que le gusta a su mujer es que la traten de forma denigrante? ¡Cómo para que le explote el cerebro al pobre hombre con semejante paradoja! O peor aún: que llegue a pensar que ha estado actuando mal durante toda su vida, que se ha comportado de forma errónea con las mujeres, porque  que sea un hombre bueno y sensato no es lo que realmente quieren.

No lo entiendo, no logro comprender cómo un libro con semejantes términos puede gustar a tantas mujeres. Y lo que más anonadada me deja es que quién ha escrito lo que diría que puede llegar a ser más una fantasía masculina que una femenina (ojo, no digo que todos los hombres vayan a soñar con eso, pero puestos a elegir, si me preguntas quién fantasea con algo así, diría antes un hombre, aunque este fuera un mal elemento, que una mujer), es una mujer. ¡Una mujer! ¡Una mujer escribe que a las mujeres lo que las excita es que las maltraten física y psicológicamente!

Mujeres del mundo, desde aquí hago un llamamiento. Os pido por favor y con toda la buena fe del mundo que, más allá de lo que hayáis encontrado atractivo  de este libro, hagáis una lectura crítica. Que os paréis a pensar en lo que estáis leyendo realmente, lo que significa más allá de las palabras impresas en el papel. Pensad en qué clase de hombre es verdaderamente este Christian Grey, y si realmente os gustaría ser la pobre mujer que recibe unas atenciones tan poco consideradas y tan dolorosas por parte de él. Preguntaos si el sexo es de uno, que sea el amo, y otra, que sea la esclava (preguntaos si esto os excita de verdad) o si el sexo es de dos, por dos y para dos, en igualdad.

viernes, 27 de julio de 2012

ESTIGMA DE DRAGÓN: CAPÍTULO I SEGUNDA PARTE


Cuidado con los árboles...



         Ella nunca pensó que llegaría a ser tan consciente de su respiración, de los latidos de su corazón, del sudor que bajaba por su frente. Esperaba que en cualquier momento los árboles volvieran a alzarse para, esta vez, devorarla a ella. Sin embargo, el tiempo pasaba y todo permanecía tranquilo.
            Decidió intentar levantarse. Su cuerpo se quejó por todos lados, pero apretó los dientes y aguantó.
            Estaba rodeada por todos lados de árboles. Árboles y más árboles, ¡demasiados! Aunque para ella uno ya era demasiado.
            En las ciudades humanas no había ni rastro de vida vegetal de ningún tipo. Solo unas grandes máquinas que imitaban a la perfección su forma y su función. Desde muy pequeña le enseñaron que los árboles eran peligrosos. Atacaban, masacraban, destruían, y tras lo que había visto no podía negarlo. La duda le embargaba en aquel momento, ya que… ¿por qué no la estaban atacando en aquel momento? ¿Sería algún tipo de trampa? ¿Trampa para qué? Estaba a su merced. ¿Disfrutaban manteniéndole en ese estado de inquietud? ¿Olían su miedo y querían regodearse en él? ¿La inteligencia de los árboles llegaba para tanto?
            Permaneció quieta unos minutos más, con el corazón a mil. Verdaderamente aquellos árboles se parecían enormemente a sus homónimos artificiales, pero no del todo. Poco a poco la curiosidad fue venciendo al miedo. Si estaba condenada, tal vez debería aprovechar esos últimos momentos para investigar aquello que a la mayoría de los humanos se les había negado por su propia seguridad. Esos árboles eran casi como los que había visto en su hogar, casi. Había detalles diferentes. Nunca había visto esos dibujos en ningún tronco. ¿Tendrían el mismo tacto, tan suave como los árboles mecánicos que conocía desde siempre?
            Se acercó despacio a uno de los árboles. Era un ejemplar enorme, de tronco oscuro y hojas en forma de estrella, de borde aserrado. Todo siguió envuelto en una silenciosa quietud. Tragó saliva. Se quitó uno de los guantes y alzó la mano, temblorosa. Posó por un momento y con suavidad los dedos en la corteza, pero enseguida los retiró como si quemaran, preguntándose si el árbol se tomaría aquello como una ofensa y la atacaría. El árbol permaneció imperturbable, tanto que parecía que nunca antes se hubiera movido ni hubiera engullido al robot con forma de ángel. Al ver que no pasaba nada, volvió a colocar los dedos, esta vez sin apartarlos. El árbol seguía sin reaccionar. Se atrevió a colocar la palma de la mano sobre el tronco. Nada. Sintió una extraña excitación al darse cuenta de que estaba tocando un árbol. ¡Un árbol de verdad! No una de las copias funcionales de las ciudades humanas. No podía creérselo. Debería estar desmembrándola para poder usarla como abono después, pero simplemente estaba allí, quieto, dejando que ella le tocara. Acarició un poco la corteza. Era dura y rugosa, pero le gustaba como cosquilleaba su piel. El olor que despedía también era diferente. Tan agradable y suave que no lograba concebir que los humanos se hubieran desprendido de él. Acarició un poco más, estudiando su corteza de manera analítica. Sabía que en los antiguos experimentos se inyectó a plantas con nanomáquinas que les permitió desarrollar una conciencia de sí mismas y la suficiente inteligencia para proteger su territorio de indeseados, indeseados que eran, como no, los humanos. ¿Por qué aquel árbol no estaba atacando? Los datos de los que disponía eran imprecisos, por supuesto, la mayoría estaban destruidos para evitar que los hombres cayeran de nuevo en la tentación de experimentar con lo que no debían.
            Dio un respingo al notar que algo vibraba en el interior del árbol, mientras emitía un sonido similar al de ramas rozándose. Se detuvo cuando dejó de acariciarle, y continuó cuando, tras el susto inicial, la muchacha volvió a acariciarlo. La sensación le era familiar, aunque no era capaz de…
            ¡Sí, sí que era capaz de situarla! Le recordaba a su pequeño Nielf cuando ronroneaba. Al gatito le encantaba que le prestara atención y le regalara sus caricias en cuanto tuviera ocasión de hacerlo.
            -¿Te gusta?-preguntó con cautela. ¿Sería capaz el árbol de entender sus palabras?
       Así debió ser porque su “ronroneo” se intensificó. Increíble. El árbol demostraba más inteligencia de la que le suponía en un primer momento. Suspiró aliviada, pensando que tal vez estaba más a salvo de lo que pensaba en un primer momento.
            Poco le duró la tranquilidad. El árbol dio un repentino golpe al casco con una de sus ramas. No era un golpe muy fuerte, pero sí contundente, y el miedo volvió a agarrarla con su incansable presa.
            -¿Qué… qué pasa?
            Siguió insistiendo con el casco, dándole diversos golpecitos por toda su superficie. No le parecía que quisiera hacerle daño, pero sí que no le gustaba el casco.
            -¿Q-quieres que me lo quite?-dijo nerviosa.- V-vale, no pasa nada, me lo quito, ¿ves?
            Llevó sus manos al casco y pulsando un pequeño botón, se retiraron las sujeciones y lo alzó con ambas manos para liberar su cabeza. Al instante miles de trencitas negras se escaparon de su prisión para correr libremente alrededor de sus hombros. Unos ojos azules muy claros parpadearon acostumbrándose a la luz del sol, antes atenuados gracias al casco. Se reveló un rostro en forma de corazón, con labios gruesos y piel ligeramente bronceada. Tendría poco más de veinte años.
            Una rama salió disparada como una serpiente hacia el casco, lanzándolo todo lo lejos posible. Del susto, la muchacha trastabilló con sus propios pies y terminó de nuevo en el suelo. Unas ramas aparecieron para ayudarla a levantarse, gentilmente.
            Ella, por su parte no entendía nada. Tampoco resultaba fácil pensar como un árbol sin serlo.
            Una rama le dio un par de toquecitos en un hombro. Al darse la vuelta, se fijó que señalaba un sendero en apariencia recto y completamente libre de árboles. Era la única dirección en la que se daba este fenómeno, y donde juraría que antes no había ningún camino custodiado por los árboles. Le recorrió un escalofrío, ¿acaso se habían movido? 

¿Te atreves a entrar?

             Avanzó dubitativa a través de ese camino. No tenía ningún sitio a donde ir, así que tanto le daba ir por allí que por cualquier otro lugar. No le resultaba muy convincente fiarse de los árboles, pero tampoco tenía nada que perder. Estaba sola y perdida en un territorio hostil.
            Era una locura lo que había hecho. Una auténtica locura. Sin embargo, no podía haber hecho otra cosa. No podía permanecer en la Polis, cada segundo que permanecía en ella más riesgo corría. Cada vez la vigilancia era más estrecha. Cada vez, las preguntas más atinadas, demasiado cerca de su objetivo. Las sonrisas habían perdido su auténtico significado. No, había hecho lo correcto, estaba segura. Eso sí, seguía siendo una maldita locura. Lo peor es que estaba convencida de que jamás cejaría en su empeño de perseguirla. Se había marchado con una información muy valiosa. Nunca la dejaría en paz, ni aunque se fuese al otro confín del mundo.
            En aquellos momentos le gustaría poder creer en dioses, como aquellos de la Antigua Religión que estaban empeñados en que todo el mundo siguiera sus doctrinas. En su momento le pareció molesto e increíblemente ilógico, preguntándose qué tendría que ver un dios, por muy único y verdadero que fuese, en que el ser humano se equivocara tan estrepitosamente en sus acciones cuando lo hizo. Ahora, aunque seguía viendolo de la misma manera, al menos le gustaría tener el alivio de saber que tal vez alguien cuidaría de ella y le echaría una mano en los momentos de más necesidad. Siempre había sido muy independiente y ella misma había solucionado por su cuenta todos sus problemas, pero el saber que no había humanos en kilómetros a la redonda le producía una inquietud tal como no había sentido en toda su vida.
            Cuando ya llevaba un rato caminando, escuchó un sonido muy poco tranquilizador del lugar donde había estrellado la moto. Los árboles volvían a revolucionarse y pudo ver como tapaban el camino de vuelta. Era sorprendente, apenas se movían un poco pero tan solo con eso dejaban vía libre u obstaculizaban completamente el paso. Se llegó un sonido diferente y también un olor que antes no estaba en el bosque.
            El olor del fuego.

Y al final todo fue consumido...

            Sintió como el pánico florecía en su interior y le atenazaba la garganta. Lo habían mandado a él. A él, de todos los Guardianes que podía haber mandado. No sabía si pensar que era cruel o demasiado efectivo para una chiquilla que se había escapado.
            No se lo pensó dos veces y echó a correr por el camino que los árboles le habían despejado. Desconocía cómo reaccionarían ante el fuego. Tal vez los árboles decidieran entregarla para que el incendio cesara y pudieran salvar sus vidas. Permanecía en tensión, vigilando a los árboles por si decidían arrebatarle esa suerte de ayuda que habían decidido darle. No hicieron nada. No… pero sí había algo raro. Una especie de vibración entre ellos, no sabría decir exactamente qué, pero emitía un sentimiento muy claro. Los árboles estaban asustados.
            Escuchó de nuevo el batir de alas. El humo hizo acto de presencia a sus espaldas, volando en su misma dirección. Sin dejar de correr, alzó sus ojos al cielo con el corazón en un puño.
            Ahí estaba. Con las alas y el cuerpo rodeados de fuego, aquel Guardián de perfectas proporciones resplandecía como un pequeño sol. Las llamas lamían su figura sin herirlas, y se abría paso a través del ramaje destruyéndolo con su implacable fuego. No tardaría en llegar hasta ella. 

Su belleza inhumana los sedujo a todos, ignorantes de que en su corazón solo ardían las llamas de la destrucción.


            Volvió su vista al frente y aceleró todo lo que le permitieron las piernas. A lo lejos pudo vislumbrar lo que parecía el lomo de una montaña. ¿De dónde salía esa montaña así de repente? Los escasos e imprecisos mapas que había conseguido consultar para su fuga no mencionaban la presencia de una montaña por aquellos lares y no había visto nada a lo lejos. Tampoco es que el tupido follaje le hubiera permitido ver mucho en la distancia.
            El humo cada vez se hacía más denso. Empezaba a costarle respirar y los ojos lagrimeaban.
            No quiso rendirse. Había llegado muy lejos, había superado miedos que la perseguían, tanto a ella como al resto de humanos, desde la misma cuna. Había llevado a cabo la madre de todas las investigaciones solo para poder encontrar un resquicio que le permitiera escapar y estar lo suficientemente preparada en el exterior. Todo lo que se pudiera estar, al menos.
            No. Había llegado hasta allí y seguiría avanzando. No la detendría ni aquel robot con cara de ángel ni el incendió que él mismo había propagado.
            El humo nubló su campo de visión. Notaba a sus espaldas cómo los árboles cubrían su espalda, interponiéndose todo lo que podían en el camino del Guardián ígneo y ella. No tenía ni idea de por qué lo hacían, pero en su interior una profunda emoción arraigó, sintiéndose culpable por todo el miedo que había sentido hacía ellos de forma injustificada.
            Se tropezó con fuerza contra una pared. El golpe la dejó aturdida un momento, pero en seguida se puso a palpar la pared, desesperada. Si no podía avanzar hacia delante estaba perdida, todas las demás rutas de escape estaban cortadas por el fuego. Sus manos dieron con una hendidura en la roca. Tanteó, no era muy grande pero podría caber por ella. Una brisa de aire fresca salía de aquel hueco. Se puso de lado, sin vacilar, tosiendo con fuerza y se introdujo en su interior. Al momento varios árboles taparon la salida. El Guardián tendría problemas para dar con su vía de escape.
            No quiso despistarse, avanzando todo lo rápido que pudo. Agradeció sobremanera la buena idea que tuvo al hacerse con un traje tan resistente, ya que le evitó un buen número de arañazos, aunque no pudo evitar llevarse un buen corte en la mejilla. Apretó los dientes y continuó.
            Cada vez se sentía más agobiada. Aquel hueco era muy estrecho, y el camino sinuoso. Torcía una y otra vez, y en dos ocasiones estuvo a punto de torcerse un tobillo al toparse con un desnivel. La roca contra su cuerpo a veces le impedía hasta respirar, su tacto lacerante y cortante, tan diferente de la corteza del árbol, la asustaba y la carcomía de ansiedad, pensando que en algún momento esas rocas afiladas la aplastarían y acabarían con su vida.
            Lo peor es que no tenía nada salvo su tacto para orientarse. La oscuridad era absoluta, y el silencio atronador. En unas condiciones así desconocía cuanto tiempo podría aguantar sin perder la cordura.
            El descenso fue eterno. Los creyentes de la Antigua Religión a veces hablaban de un lugar horrible, lleno de fuego y magma, al  que caías tras la muerte sin remedio si a su dios no le parecía que tu comportamiento había sido adecuado en vida. Un lugar bajo tierra, a kilómetros de la superficie. Cuanto más tardaba en encontrar la salida, más le jugaba su mente malas pasadas. Llegó a creer que era hacia ese lugar al que se dirigía sin remedio. Tenía un infierno detrás y otro le aguardaba delante. Las lágrimas se agolparon en su rostro, pero ni así quiso darse por vencida. Siguió arrastrándose a través de ese agujero, buscando la salida como un pez boquea fuera del agua buscando su preciado oxígeno.
            El tercer desnivel se presentó como una trampa mortal.
          Metió el pie sin darse cuenta y un súbito respingo la embargó cuando no encontró el suelo a la altura que creía. Pensando que un poco más abajo daría con suelo sólido, no detuvo la inercia a tiempo. Empezó a caer, trató de aferrarse a la pared con la que se estaba golpeando en la caída. No era del todo recta, describía una pequeña pendiente por la que rodó hasta golpearse la cabeza con fuerza contra una roca.
            Lo último que vieron sus ojos, que por fin vieron algo, fue una tenue luz al final de una inescrutable oscuridad.

Una luz, una insignificante luz en la oscuridad...¿nos condenará al frío olvido de la muerte o a la tenue esperanza de la vida?